Desde el momento en que es preparado con la pulcritud de un cheff internacional, con el cuidado de todos y cada uno de los ingredientes; y la mezcla adecuada de los sabores hasta su final presentación y despliegue en el plato, hasta el momento preciso en que el comensal Ego con la mirada aguda y la mente en blanco recibe el platillo que se dispone a degustar y al que una vez más lanzará su más férrea e inflexible crítica contra un Gusteau.
El frío cubierto del crítico atraviesa las rodajas del platillo sin encontrar más mínima resistencia y toma una porción que se desprende suavemente del potaje desplegando un aroma, que dado el momento crucial de la película hasta casi podríamos sentir. Los ojos inmutables y fríos del juzgador analizan cada aspecto del bocado al tiempo que se dispone a registrarlo todo en su libro de notas. Es un platillo corriente, le parecerá a algunos, pero el crítico es un profesional y respeta el reto y no hace comentarios fuera del que sus sentidos puedan transmitirle. El momento crucial llega, (casi podemos sentir el sabor y la textura misma en nuestras bocas cuando vemos y escuchamos Anton Ego masticar el bocado), dura unos segundos, los mismos que reconfiguran la expresión de Ego, los mismos que necesita el platillo para hacer una regresión en su vida, los mismos que necesita el crítico, un frío e inflexible ser humano, para ser transportado a una época, a un día, a una hora, a un momento, a un recuerdo, a una persona en particular, quizá la más importante de su vida: su madre. La misma que supo consolarlo cuando habiéndose lastimado y roto su juguete lo contentó con su postre favorito ese tan simple, tan casero, tan sencillo.
Todos hemos pasado por algo igual y quizá sea ése el secreto que le da magia a esta escena: el hacernos recordar ese momento perdido en nuestra memoria cuando creíamos que teníamos un problema tan grande pero que mamá siempre lo hacía ver tan simple. Ego no solo recordó un instante ya olvidado de su vida, sino que recobró ese lado que nos hace humanos y sentirnos vivos, la alegría ante la vida que descubrimos cuando somos niños y que cuando adultos olvidamos.
Hace mucho leí en un artículo sobre esta escena y el autor del dicho comentario la consideraba como uno de los finales más bellos en la historia del cine. No veo por qué deba pensar lo contrario. No sé si esta escena será una de las mejores en la historia del cine, pero sin lugar a dudas debe ser una de las más enternecedoras.
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